Cuando Federico García Lorca fue la víspera del día 13 de julio de
1936 al despacho de José Bergamín y no lo encontró, le dejó una nota
manuscrita: “He estado a verte y creo que volveré mañana”.
Mañana fue nunca.
El poeta partió a Granada pocos días antes de que estallara la guerra. Creyó, inocente, que allí se encontraría más seguro.
Lo que le dejó a su editor encima de la mesa en la redacción de la revista
Cruz y Raya
fue el original manuscrito, mecanografiado, ordenado por partes y
estructurado en 35 poemas y 10 secciones de lo que acabaría siendo una
obra maestra que cambiaría para siempre la literatura:
Poeta en Nueva York.
El resto de la historia es conocida; Lorca murió, el original pasó por
toda clase de vicisitudes y nunca, hasta ahora, se había publicado en el
orden indicado por su autor.
El texto no apareció hasta 2003. Lo compró por 194.000 euros en una
subasta la Fundación García Lorca. Hasta ese día de junio, las polémicas
y el misterio habían rodeado las auténticas intenciones de Lorca. La
editorial Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores hará llegar a las
librerías la semana que viene la versión que al poeta le hubiese gustado
tener entre las manos. Se acompaña un estudio minucioso del profesor de
la Universidad de Virginia Andrew A. Anderson y reproducciones de los
originales donde se puede leer el texto escrito a mano y las
correcciones sobre las piezas mecanografiadas.
La fundación compró el original en 2003 en una subasta
El libro iba a titularse por consejo de Pablo Neruda
Introducción a la muerte.
Demasiado premonitorio, pero inevitablemente veraz. Luego fue
suavizado. La realidad, no tanto. El resultado es una obra inacabada
—autor y editor hubiesen llevado a cabo un trabajo conjunto para darle
la forma definitiva—, aunque no por ello menos valiosa, menos
impactante, menos crucial.
El libro se iba a llamar ‘Introducción a la muerte’, por consejo de Neruda
La epopeya del manuscrito es digna de un relato épico. Cuando estalla
la guerra, Bergamín se lleva al exilio los poemas concebidos en la
Universidad de Columbia en 1929. “Lorca quiere que se incluyan la gran
mayoría, pero no todos. A los sobrantes se les ha dado en llamar
huérfanos”, afirma Anderson.
Intenta publicarlo en París, pero el ajetreo de su nueva vida en el
extranjero y, muy probablemente las dudas o la imposibilidad de hallar
algunos poemas que Lorca indicó que se incluyeran sin dejar copia,
impidió que la empresa llegara a buen puerto. En ese tiempo, sin
embargo, se realizaron dos versiones mecanografiadas que sirvieron para
las primeras ediciones.
Después viajó a México: “Allí, Bergamín le regala el manuscrito a
Jesús de Ussía, que había apoyado económicamente su editorial Séneca.
Años más tarde, cuando Ussía sale de México, lo deja con otras
posesiones suyas almacenadas a cargo de un pariente, Ernesto de Oteyza”,
comenta Anderson. Su viuda se lo regala a su vez a la actriz Manolita
Saavedra que lo guarda en su casa de Cuernavaca hasta los años noventa.
Cuando se da cuenta de que se trata de una pieza muy buscada, decide
venderla. Sale a subasta en 1999, pero no es hasta 2003 cuando lo
adquiere la fundación.
A partir de entonces ha sido cuidadosamente estudiado. Allí se
encontraban las respuestas a las polémicas padecidas por Bergamín por
haber, según muchos, traicionado las intenciones del autor. Hubo
decisiones que tomó por pura necesidad, ya que algunos poemas, como
Crucifixión
—adquirido en subasta por el Ministerio de Cultura en 2007—, no se
pudieron incluir porque estaban perdidos. Pese a que Lorca reclamó el
original de
Crucifixión a Miguel Benítez Inglott, a quien se lo
había regalado, el poeta no obtuvo respuesta. “En general, las críticas
no han sido justas. No conocíamos todos los detalles del proceso y sin
esa apreciación es difícil juzgar”, agrega Anderson.
La versión mexicana es la que mayor polémica ha generado
La historia de la publicación de
Poeta en Nueva York también
es digna de ser contada. Desde 1930 a 1935, son incontables las
alusiones al libro escrito durante su viaje a EE UU y que Lorca pensaba
publicar. Pero la guerra truncó aquella necesaria última conversación
entre autor y editor. Desconocida la fuente principal por los expertos,
sin completar la lista de poemas que a Lorca le hubiese gustado incluir
—algunos se habían dado a conocer en revistas y otros los había regalado
a amigos—, la recopilación costó lo suyo e incluyó 32 poemas.
Pero vio la luz. Primero en Estados Unidos y más o menos en la misma
época en México, adonde Bergamín había llegado con una delegación de la
Junta de Cultura Española, de la que fue primer presidente. En México,
Bergamín fundó la editorial Séneca, fiel a los principios de Ediciones
del Árbol, donde hubiese sido publicado el poemario en España.
Al estallar la guerra, Bergamín se llevó el texto consigo al exilio
Durante su estancia en Estados Unidos le ofreció la primicia mundial a
William Warder Norton para sacarlo a la luz en Nueva York. La versión
mexicana es la que mayor polémica ha generado. Pero sobre todo fue,
según Anderson, por el trabajo de edición efectuado por Emilio Prados.
En palabras de este estudioso, Prados cambió varias cosas, corrigió la
puntuación e incluyó apéndices.
Pese a tanto contratiempo, la huella de la obra ya comenzaba a marcar
su camino. “Ha inspirado a muchos poetas de distintas nacionalidades y
en distintas épocas.
Con Residencia en la tierra I y II, se
produce el parangón de cierto tipo de estilo vanguardista en estos años.
Bajo muchos aspectos, se trata de un texto muy comparable con
La tierra baldía
de T. S. Eliot. Gracias a la segunda traducción al inglés, de 1955, ha
influido en muchos poetas estadounidenses”, asegura Anderson.
Hoy, tras una vida llena de trasiego, interrogantes y polémicas, el
público tiene acceso a, si no la última, sí la penúltima palabra de
Lorca acerca de la concepción definitiva de su obra más abierta,
universal y sin embargo enigmática. “Asesinado por el cielo
”, escribía el poeta en el primer verso de
Vuelta de paseo,
mientras escudriñaba su soledad y su asombro en su estancia de la
Universidad de Columbia, donde parió la mayoría de estos poemas.
Resucitado ahora para su definitiva posteridad con la edición que él
soñó, descansa el poeta quizás, donde quiera que esté, un poco más en
paz.
Un viaje mítico
Federico García Lorca dejó España por primera vez en su vida en el
verano de 1929.
Tras un fugaz paso por París, el poeta llegó a Nueva York, donde pasó al menos
nueve meses. Se alojó en la Universidad de Columbia.
En marzo de 1930 partió en tren
rumbo a Cuba. Desde Key West en Florida tomó un
ferry que lo llevaría a La Habana, ciudad donde pasó unos tres meses.
Un transatlántico llevó de vuelta al escritor (y al manuscrito que ahora ve la luz) a Cádiz en julio de ese mismo año.
De vuelta en España, no tuvo prisa por editar
Poeta en nueva York.