miércoles, 30 de diciembre de 2009

domingo, 27 de diciembre de 2009

La gran 'novela' de la Guerra Civil

http://www.elpais.com/articulo/cultura/gran/novela/Guerra/Civil/elpepucul/20091227elpepicul_1/Tes
Se publica por primera vez sin censurar el libro con el que Juan Ramón Jiménez quiso demostrar su inequívoco compromiso con la República española

JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS - Madrid - 27/12/2009


"¿Qué deben hacer los poetas en la guerra?". Ésta es la pregunta que desde el 18 de julio de 1936 asaltó a Juan Ramón Jiménez. Y ésta es su respuesta: "La poesía como todo lo esencial es eterna, no se modifica con las circunstancias. En todo caso, el poeta cumplirá con su deber y su conciencia, dejando, si es preciso, su trabajo literario propio de la paz, y poniéndose con su ideal. Y su ejemplo". Para el autor de Platero y yo siempre estuvo clara la labor de un escritor "si no puede pelear con los puños": como artista, escribir lo mejor que sepa; como ciudadano, arrimar el hombro cuanto pueda. Sin mezclar jamás ambas cosas, sin confundir la pluma con una pistola y, sobre todo, sin dejar que la primera se beneficie de la autoridad de la segunda: "Nosotros ¡los intelectuales! Etc. Debemos ayudar al Gobierno y al pueblo; no ellos a nosotros".



Según el poeta, no había que confundir nunca la pluma con la pistola

"O no gritar tanto, o irse a las trincheras", recomendaba

Para los sublevados, era un vivalavirgen amante de la molicie

Para los más ruidosos del bando republicano, era un cursi hiperestésico

Para Juan Ramón, un poeta puede morir "en la guerra" o "de la guerra" como Lorca, Machado o Miguel Hernández, pero no dedicarse a dar lecciones en la retaguardia. Y critica a León Felipe al saber que ha acudido a una cena de la Embajada de México en Madrid envuelto en el abrigo de pieles de un duque asesinado "y jactándose de ello con vociferación y bromita". El abrigo y la comida, dice, les hubieran venido mejor a los pobres milicianos "que morían gangrenados" en el frente de Teruel. "No se deben celebrar con banquetes los triunfos de la muerte", escribe. Y también: "O no gritar tanto o irse a las trincheras".

Juan Ramón Jiménez (1881- 1958) fue un hombre transparente y de convicciones rocosas, pero poco dotado para sobrevivir en un mundo de maniqueos. "Comunista individualista" se llamaba a sí mismo. Mucho menos en un tiempo en el que la brutalidad del blanco y negro se llevó por delante todos los matices. Exiliado de primera hora, vio desde su destierro americano cómo en España su figura era pasto de la caricatura. Para los sublevados era un vivalavirgen amante de la molicie y "el desinterés por las cosas feas materiales" que se paseaba por California estrenando "los últimos modelos de automóviles salidos de las fábricas USA". Para los más ruidosos del bando republicano era un cursi hiperestésico mantenido por su mujer que, mareado por el olor de la sangre, prefirió mirar para otro lado.

Consciente de la tormenta de mentiras y tópicos que se le venía encima, el escritor decidió contar en un libro la verdad de su compromiso con la República. Para ello se dedicó a recopilar materiales propios y ajenos -poemas, notas de diario, artículos, cartas y recortes de periódico- destinados a alimentar un volumen titulado Guerra en España. Nunca llegó a verlo publicado. Murió en Puerto Rico en 1958, dos años después de recibir el Premio Nobel. Guerra en España vio la luz por primera vez, aunque notablemente expurgado, en 1985. La edición corrió a cargo del poeta y traductor Ángel Crespo, que tuvo que reducir notablemente el primer manuscrito a petición de Seix Barral. Casi un cuarto de siglo después, la editorial sevillana Point de Lunettes publica el libro completo: 880 páginas frente a las 335 de la primera edición, 150 imágenes frente a 27.

Su lectura no deja ninguna duda respecto al apoyo del poeta de Moguer al Gobierno republicano. Si en tiempos de paz se había negado a firmar manifiesto alguno por considerarse ajeno a todo partido político, el 30 de julio de 1936 no duda en firmar un escrito en apoyo a la República y "al pueblo que con heroísmo ejemplar lucha por sus libertades". Pasado el tiempo, del recorte de prensa que da la noticia del manifiesto tachó los nombres de los que habían vuelto a España antes de 1945: Menéndez Pidal, Gregorio Marañón y Pérez de Ayala, entre otros.

Pero el compromiso del poeta fue más allá de firmar manifiestos o de ofrecerse (sin demasiado éxito) a varios ministros del Gobierno para que dispusieran de toda la energía de un hombre enfermizo de 55 años. Al poco de estallar la guerra, él y su esposa, Zenobia Camprubí, acogieron a 12 niños en uno de los pisos que alquilaba ésta en Madrid. Cuando se acabaron las patatas y la leche condensada del Gobierno, el matrimonio empeñó parte de sus enseres para seguir manteniéndolos. No sería la primera vez que comprometieron su patrimonio. Cuando en 1937 Espasa Calpe rescindió los contratos de todos los escritores leales a la República, él, ya en el exilio, rompió el suyo con la filial argentina de la editorial. Aquel contrato era su única seguridad económica. Zenobia lo dijo con estas palabras: "Económicamente, la guerra nos ha dejado... como a casi todo el que ha tenido vergüenza".

En agosto de 1936 el poeta marchó al exilio. A su llegada a Nueva York organizó una colecta a favor de los niños refugiados e intentó movilizar a la opinión pública -trató incluso de ver al presidente Roosevelt- a favor de la República española para contrarrestar la propaganda franquista. Es lo que hizo en las otras etapas de su destierro: Puerto Rico y Cuba. "Lo que en España defienden ahora el ejército y el clero, ayudados por las clases 'privilegiadas', digan ellos lo que digan para ganar la opinión universal, no es, no será, o mejor, no sería más que un nuevo feudalismo".

Si para Soledad González Ródenas, autora de la edición ampliada de Guerra en España es "más un archivo que un libro", para Andrés Trapiello se trata de "la gran novela de la Guerra Civil española". "Al menos lo sería si no fuese porque todo en el libro es demasiado verdadero: el miedo, la indignidad de muchos intelectuales...", matiza el escritor, que en primavera publicará una versión ampliada de su ensayo Las armas y las letras, un clásico ya sobre el papel de los escritores durante la contienda. "Las novelas sobre la guerra han envejecido peor que los libros de memorias de muchos testigos", continúa Trapiello, para el que Juan Ramón Jiménez "tuvo la suerte de poder elegir y la decencia de no cambiar. Murió en el mismo bando en el que siempre estuvo".
Poesía en los pies de foto

El autor de Españoles de tres mundos, un libro cuya reedición en Visor coincide con la recuperación de Guerra en España, practicó de joven la pintura al óleo y dibujó durante toda su vida. Siempre, además de poeta, se consideró "un gran visual". No sorprende, pues, que uno de los capítulos más impactantes de Guerra en España sea el gráfico. Durante años, el escritor recortó fotografías de los periódicos relacionadas con la contienda española y sus derivaciones internacionales. En muchos casos, el propio Jiménez añadía de su puño y letra un pie de foto más visceral que descriptivo. El conjunto forma un curioso álbum en la línea de los que Bertolt Brecht, un escritor de muy distinto signo, realizó por las mismas fechas sobre la guerra mundial.

Dos grandes grupos de personajes protagonizan el álbum de Guerra en España: los niños y los fascistas. Los primeros fueron siempre su gran preocupación. Los segundos, su bestia negra, la negación de todo lo que él defendía. En la colección de imágenes, no obstante, hay protagonistas de ambos bandos: escritores como sus amigos Machado y Lorca, cuyo asesinato conmocionó a Juan Ramón, que lo había conocido en la Residencia de Estudiantes, o políticos como Pasionaria, Companys ("Pero ustedes lo fusilaron", dice el pie añadido por el poeta) o Queipo de Llano. También Hitler ("¿Podrá este gorila, cerdo, tiburón, rejir el mundo?") y Mussolini ("Il Duce en el aria final de la opereta: España para los italianos, bufa. Bufa Il Duce... y la opereta"). Otra de sus andanadas se dirige a José Bergamín, con el que polemizó por extenso hasta el punto de acusarle de estar tras el asalto a su piso madrileño (uno de los asaltantes había trabajado como secretario en Cruz y raya, la revista dirigida por Bergamín). Bajo el recorte de una entrevista a éste, Juan Ramón Jiménez escribió: "¡Qué mono el Mono con el mono! / ¡El Mono con el mono, con el mono / del mono! Mono, mono, mono. / Trimono, Trimotormono. Trimono. Triple Anís del Mono. / ¿Unamuno? ¡Unimono! (Estilo del mono). // ¿Cuánto le ha costado ¿a quién? ¿Esta entrevista grotesca?".

Con todo, como dice la profesora González Ródenas, "Juan Ramón respetaba todas las posturas siempre que fueran morales y claras. Siempre distinguió entre ideología y conducta ética". Por eso criticó los enjuagues que Gómez de la Serna y Jorge Guillén hicieron con su pasado. Por eso lloró amargamente la muerte en la batalla de Teruel de su sobrino, enrolado en las filas de Falange, que murió "equivocado" pero "fiel": "Pobre iluso", escribió su tío bajo su retrato. Aquella muerte sumió a Juan Ramón en la primera gran depresión del destierro. Pasó un año y medio sin escribir una sola línea.

La biblioteca inédita de Lorca

http://www.granadahoy.com/article/granada/594512/la/biblioteca/inedita/lorca.html#


Un estudio revela que se conservan 445 libros de la biblioteca personal del poeta, lector de los clásicos y de sus coetáneos · Un tercio de ellos fueron regalos, muchos de ellos intonsos
Elena Llompart / Granada | Actualizado 27.12.2009 - 13:21


¿Cuántos libros pasaron por las manos de Federico García Lorca? ¿Cuántos han sobrevivido a los registros de los sublevados militares efectuados en su domicilio en Granada? ¿Qué tipo de literatura prefería el poeta? ¿Leía a los clásicos? ¿De qué obras bebió?

La historia de la biblioteca personal de Federico es larga y accidentada. Aunque Manuel Fernández Montesinos, su sobrino, puso todo su empeño en estudiarla, ordenarla y catalogarla para la tesina de su licenciatura en la Facultad de Letras de la Complutense, su valioso trabajo se quedó finalmente sin publicar.

Ante esta laguna informativa, La Fundación Lorca ha dedicado un extenso volumen de su Catálogo general de fondos documentales a arrojar luz, recuperando el trabajo de Montesinos e incluyendo nuevas y sorprendentes aportaciones. Un estudio editado por Christian de Paepe y Manuel Fernández Montesinos -con la colaboración de Rosa María Illán de Haro y Sonia González García- revela que se han conservado casi 500 libros y revistas. Títulos que arrojan luz sobre las preferencias del poeta y que cuentan con un gran valor literario, biográfico y bibliográfico.

El poeta, que procedía de una familia de un nivel cultural muy alto para el ambiente rural al que pertenecía, leía mucho y compraba numerosos libros, aunque no tenía la paciencia de un coleccionista, ni se le ocurría, por ejemplo, hacer fichas bibliográficas. "Tuve épocas de leerme dos libros diarios", señaló en una ocasión y, en otra, con motivo de la inauguración de una biblioteca pública en Fuente Vaqueros, su pueblo natal, afirmó: "Libros, regalo cuantos compro, que son infinitos."

Según indica Christian de Paepe en la introducción del volumen, muchos de los libros del catálogo fueron regalos, prácticamente un tercio del total. Son 135 con dedicatoria y otros muchos que supuestamente también fueron regalos, como por ejemplo Los toros en la poesía castellana, Poemas arábigo-andaluces y varios tomos sobre poesía argentina. Curiosamente, "entre este grupo de libros regalados y dedicados se encuentra la mayoría de los intonsos", aquellos que tienen los pliegos de páginas sin cortar.

El estudio revela que existen títulos "poco corrientes", sobre todo entre los que llevan sellos de librerías de Granada y fechas de edición relativamente tempranas (1918-1919 por ejemplo), lo que puede ser "indicación de la envergadura real de la biblioteca de García Lorca, que llegó a tener, precisamente por ser muy extensa, hasta esos títulos menos conocidos".

"Que de Eça de Queiroz haya dos títulos poco corrientes, uno de ellos editado en 1919, puede ser indicación de que novelas más populares como El crimen del padre Amaro existieron también. Extraña también que exista en la colección una obra tan poco conocida como Herodes y Mariene de Friedrich Hebbel cuando no hay ninguna obra de teatro de Schiller. Entre los títulos shakespearianos no están ni El rey Lear ni, extrañamente, Romeo y Julieta, obra que sirve, como se sabe, para la trama de El público", señala De Paepe.

El hecho de que falten ejemplares que Lorca dijo haber leído, como Paraíso cerrado de Soto de Rojas, las Soledades de Góngora o Santa Catalina de Siena de Joergensen, puede deberse a que "en el momento de almacenar la biblioteca se guardasen con más esmero los libros raros o los que llevasen dedicatorias" en lugar de ediciones populares de menos valor.

Por otra parte, es llamativa la presencia de numerosas obras de la literatura universal: Dante y Machiavelli, Goethe y Kant, Aristóteles, Platón y Descartes, Sófocles y Eurípides, Cicerón, Stendhal, Balzac y Proust, Shakespeare, Tagore y Omar Kayyam. Pero, al lado de estas obras de lectura obligada en cualquier carrera literaria, la lista de novelistas rusos, ingleses y franceses, y de dramaturgos ingleses, alemanes y escandinavos, es "verdaderamente extraordinaria".

Otra característica bastante significativa, según destaca Christian de Paepe, es el carácter "predominantemente liberal" de la colección. Entre los libros se encuentran, en la tranquila compañía de Santo Tomás de Aquino, San Ambrosio o San Agustín, obras que en un ambiente como el que predominaba en la Granada de principios de siglo se considerarían escandalosas: Candide de Voltaire, Discurso preliminar de la Enciclopedia de D´Alembert, El origen de las especies de Darwin, amén de tomos de Unamuno, Ruskin, Wells, etc.

Claro está que la presencia de un total de 46 títulos de publicaciones seriadas "demuestra a su manera los numerosos contactos que Federico García Lorca mantuvo a lo largo de su vida con el mundo más amplio de la cultura y de las artes". Y, al lado de las clásicas revistas regionales o de las efímeras de vanguardia, figuran algunas de las revistas más divulgadas y prestigiosas de los años veinte y treinta: L´Amic de les Arts, La Gaceta literaria y la Revista de Occidente, entre otras.

La Residencia de Estudiantes redescubre la modernidad de la Generación del 27


Una exposición pone de relieve la riqueza y modernización que supuso este movimiento para el país
03.12.09 - 02:36 -
:: EFE | MADRID.

«¿Aquel momento ya es una leyenda?», se preguntaba Jorge Guillén en su poema 'Unos amigos', después de que irrumpiera en España la Generación del 27, poetas, pintores, músicos e intelectuales que modernizaron el país, y cuyas huellas se ven desde ayer en una exposición en la Residencia de Estudiantes.
Así, bajo el título 'La generación del 27' y con el subtítulo '¿Aquel momento ya es una leyenda?' esta ambiciosa exposición pone de relieve el universo, la riqueza y modernización que supuso para toda la sociedad española este grupo de creadores que tuvieron su momento álgido entre el 1927 y 1928. Un movimiento que dio lugar a la llamada Edad de Plata de la cultura española, solo superada por el Siglo de Oro.
Organizada por la Sociedad Estatal para Conmemoraciones Culturales, la Junta de Andalucía y la Residencia de Estudiantes, el lugar que estuvo vinculado a todos ellos y por el que pasaron muchos, la exposición propone «un recorrido transversal», según el comisario de la muestra, Andrés Soria Olmedo.
Esto es, no solo indagar en la poesía, que fue una estrella, sino también por las artes plásticas, el teatro, la música, la arquitectura o el cine, que se contagiaron de estos aires de vanguardia, y que inundaron la vida española hasta que fueron interrumpidos por la Guerra Civil.
García Lorca, Dámaso Alonso, Alberti, Guillén, Cernuda, Salinas, Aleixandre, Bergamín, Manuel Altolaguirre, Emilio Prados o el torero Ignacio Sánchez Mejía, en esa foto que les inmortalizó en el Ateneo en torno al homenaje a Góngora, constituye el preámbulo de esta muestra.

domingo, 20 de diciembre de 2009

MANUEL VICENT Niebla

MANUEL VICENT 20/12/2009

Cuando en 1958 viví en Granada un año estudiando Derecho, el nombre de García Lorca estaba sometido a un silencio muy sólido en su propia ciudad. Supe que alrededor del poeta había un misterio porque en mis correrías de estudiante por los colmados de la Alcaicería a veces me encontraba con un tipo bien vestido y generalmente ebrio, que en los momentos de mucho vino rompía a sollozar y a pedir perdón en voz alta a un tal Federico. A ese hombre sus conocidos le llamaban Pepeniqui. Era el mayor de los hermanos Rosales, jefe de Falange durante la guerra, en cuya casa fue acogido Lorca. A partir de este hecho comencé a interesarme por algunos pormenores de la muerte del poeta. En compañía de un compañero de clase, que también lo ignoraba todo sobre el caso, hice una excursión hasta Viznar. Al llegar a la plaza del pueblo había una pareja de la Guardia Civil, que sin decirnos nada no dejó de vigilar nuestros movimientos hasta que abandonamos aquel paraje. Mucho después, a finales de los años sesenta, cuando el nombre y la muerte de García Lorca ya eran un clamor en toda España, en otro viaje a Granada un librero amigo me llevó de nuevo al lugar del crimen. Detuvo el coche cerca de una plantación de pimpollos y de una urbanización de chalés en las afueras de Alfacar. Con la convicción de saber muy bien lo que decía, no sin congoja, señalando un movimiento de tierras, afirmó que el franquismo estaba tapando con cemento y con repoblación forestal todos los vestigios de los fusilamientos que hubo en ese lugar, donde había miles de enterrados. El invierno pasado quise visitar el monolito y el famoso olivo que indicaba la fosa del poeta, un punto crucial, ya consagrado, de peregrinación, pero una niebla muy espesa que cubría ese día toda la falda de sierra Nevada me impidió orientarme. Presiento que esa niebla perdurará durante un tiempo indefinido sobre el paradero de los restos de nuestro poeta nacional, sacrificado por la barbarie. Sin ánimo de atribuirme virtudes de investigador, pienso que es una ingenuidad muy grande no sospechar que el franquismo hizo todo lo necesario para evitar que el cuerpo de García Lorca fuera un día rescatado, dejándolo a un metro bajo tierra a merced de cualquiera que pudiera levantarlo como una bandera.

http://www.elpais.com/articulo/ultima/Niebla/elpepiult/20091220elpepiult_2/Tes?print=1

miércoles, 16 de diciembre de 2009

«Lo que hay que hacer con Lorca es leerlo y saber por qué está en

Manuel Fernández-Montesinos, sobrino del poeta

«Lo que hay que hacer con Lorca es leerlo y saber por qué está en una fosa común»
Fernández-Montesinos, ayer en la Universidad de La Rioja | DIAZ URIEL
Alguien excavó en la fosa de García Lorca poco después de su asesinato
J. SÁINZ | LOGROÑO
Jueves , 10-12-09
«...Cuando se hundieron las formas puras / bajo el cri cri de las margaritas, / comprendí que me habían asesinado. / Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias, / abrieron los toneles y los armarios, / destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro. / Ya no me encontraron. / ¿No me encontraron? / No. No me encontraron. / Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba, / y que el mar recordó ¡de pronto! / los nombres de todos sus ahogados.»
Mal podía saber Federico García Lorca al escribir Fábula y rueda de los tres amigos, publicado en Poeta en Nueva York en 1930, cuánto significado adquiriría su poema seis años después, cuando fue asesinado al comienzo de la Guerra Civil, y, aún hoy en día, cuando sus restos siguen enterrados en una fosa común en el paraje de Fuente Grande, en Alfacar (Granada) y su búsqueda alimenta una amarga polémica entre quienes la acometen y la familia del poeta.
Más tiempo de excavación
Ayer mismo, ante la falta de resultados satisfactorios, la Junta de Andalucía comunicó que ha decidido ampliar la zona de excavación así como el tiempo de duración de los trabajos, tal como ha solicitado la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Granada. Ayer mismo, en Logroño, tan lejos de Alfacar y en cierto modo tan cerca, Manuel Fernández-Montesinos, escritor y sobrino de García Lorca, restaba importancia a esta búsqueda, pero afirmaba al tiempo que «lo que hay que hacer es leer sus obras» y «saber por qué le pegaron cuatro tiros y por qué está en una fosa común».
Sentimientos encontrados que, en todo caso, no deberían ser irreconciliables. Fernández-Montesinos, que vivió exiliado junto a su familia en Estados Unidos, era uno de los participantes en la jornada inaugural del congreso internacional «El exilio literario de 1939, setenta años después», que se celebra en la Universidad de La Rioja (UR) hasta mañana. Pero el grave asunto de Fuente Grande no podía ser pasado por alto. -¿Qué opinión tiene de la situación en que se encuentra la búsqueda de los restos del poeta Federico García Lorca, su tío?
-Yo no tengo ni idea. Pienso que intentan encontrarlo y no lo encuentran. Estamos en ese punto que dice el poema: «¿No me encontraron? No. No me encontraron».
-¿La familia mantiene su oposición a la exhumación, llegado el caso?
-La familia ya ha emitido varios comunicados al respecto. Lo que nosotros decimos es que la memoria histórica en este caso es que a este hombre le pegaron cuatro tiros y que está allí enterrado junto a otros. Y queremos que todo aquel parque sea un cementerio, no sólo de esos cinco que asesinaron con Lorca. Allí hay quizás más de dos mil. Lo mismo que Manuel Azaña está enterrado en Montauban, Machado en Collioure... No se pueden mover. Ésa es la memoria histórica. Lo que sí hay que saber es por qué está Federico García Lorca enterrado en una fosa común, por qué está el presidente de la República enterrado en Francia y por qué está enterrado también en Francia el mejor poeta del siglo XX. Eso es lo que hay que saber y ésa es la memoria histórica. Dejaos de llevar y traer muestras.
En boca de todos
-¿Qué cree que queda por reivindicar de la figura y la obra de Federico García Lorca?
-Lo que se debe hacer es conocerle. Lo que hay que hacer con García Lorca es leer sus obras y todo lo que se ha escrito sobre él, aquello que le sitúa dentro de su grupo y de su época, de los movimientos artísticos del momento, de su familia, de su ciudad... García Lorca es un fenómeno y todo el mundo tiene a García Lorca en los labios, pero muchos no podrán mencionar ni tres obras suyas que no sean las famosas tragedias.
-¿Qué queda por reivindicar de aquella generación de escritores que murieron o fueron exiliados y represaliados?
-Estamos conmemorando esa efemérides de la sangría intelectual que sufrió este país debido a la Guerra Civil. Decenas de poetas, muchos de ellos ya consagrados y otros en ciernes que tuvieron que escribir en el exilio.
http://www.abc.es/20091210/cultura-libros/hacer-lorca-leerlo-saber-20091210.html

lunes, 14 de diciembre de 2009

Paseo Literario por Granada Federico García Lorca

http://www.juntadeandalucia.es/educacion/poetasdel27/com/jsp/contenido.jsp?pag=/poetasdel27/contenidos/RutasLiterarias/paseoLorca&seccion=rutasLiterarias


La ciudad está dormida y acariciada por la música de sus románticos ríos...

El color es plata y verde oscuro... y la sierra besada por la luna, es una turquesa inmensa. La niebla está saliendo de las aguas y agrandando el paisaje. Los cipreses están despiertos y moviéndose lánguidos inciensan la atmósfera... y el viento convierte en órgano a Granada, sirviéndole de tubos sus calles estrechas... El Albayzín tiene sonidos vagos y apasionados y está envuelto en oropeles suaves de luz oscura... Sus casas tristes y soñadoras que mueve la niebla, parece que quieren contarnos algo de lo mucho grande que miraron... La vega es acero y polvo gris, nada se oye que retumbe en el silencio... el río de oro gime al perderse por el túnel absurdo... el espejo del Generalife corre a desposarse con su novio el Genil... Sobre las torres cobre y bronce de la Alhambra flota el espíritu de Zorrilla. El viento tiembla y el bosque tiene sonidos metálicos y de violocelos, las esquilas de los conventos están llorando lágrimas de hierro y castidad... La campana de la Vela está diciendo una melodía tan grave y augusta, que los cipreses y los rosales tiemblan nerviosamente.

F. S., en O II, pág. 439.