miércoles, 18 de agosto de 2010

TRIBUNA: FRANCISCO GONZÁLEZ ARROYO

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Hoy se cumplen setenta y cuatro años del asesinato de Federico García Lorca, hecho ocurrido en la madrugada, cuatro y media horas, del día 18 de agosto de 1936, en las inmediaciones del paraje conocido como El Caracolar, dentro del municipio granadino de Alfacar. No me cabe ninguna duda. Cuando tuve todas las claves para poder fijar el lugar, lo di a conocer; antes no, porque no quería dar pábulo a la especulación, desde el respeto, la veneración que esta inmensa figura me ha merecido siempre. Y este "siempre" lo es desde que tengo uso de razón, lo que, a mi edad, es como decir de tiempo inmemorial, por razones que no vienen al caso, ya que se trata de Federico y no de mí.

Cuando presentamos ante el Juzgado nº 5 de la Audiencia Nacional la solicitud para que se autorizara la exhumación de los restos mortales de Francisco Galadí y de Dióscoro Galindo, compañeros de Federico en el acto, sabíamos que desde ese momento sólo iba a aparecer el de nuestro poeta más universal, porque su figura tiene tanta fuerza que es imposible que nadie pueda resaltar en su presencia. Él nunca lo hubiera querido, pero las cosas son así. De las casi 2.500 víctimas que reposan en este triángulo de la muerte que forman la Cañada del Colmenar, El Caracolar (ambos en Alfacar) y el Barranco de Víznar, tan solo hemos podido, historiadores e investigadores, llegar a conocer con alguna certeza el lugar aproximado de la fosa que contiene los restos de cuatro; precisamente los tres citados más Joaquín Arcollas. Y se llega a esta aproximación por esa fuerza que tuvo la figura de Federico desde el mismo día de su asesinato. Este es el gran servicio que hizo el autor de La Casada Infiel a sus compañeros de sacrificio, mérito que no tuvieron esos casi 2.500 seres humanos que perdieron la vida en estos parajes de forma anónima, por más que se hayan rescatado de ese anonimato gran parte de sus nombres.

Consecuencia de aquella solicitud fueron los trabajos de presunto y fallido intento de exhumación que se llevó a cabo en el interior del Parque García Lorca de Alfacar, en el lugar que señaliza el monolito erigido en memoria de Federico García Lorca y todas las víctimas de la guerra civil.

Pero, quienes diseñaron y dirigieron estos trabajos sabían que Federico, esto es, Galadí y Galindo, no estaban allí; que la investigación que apuntaba a ese lugar estaba totalmente superada y desmentida por la cronología de los hechos, por otras investigaciones, como la de Agustín Penón, Eduardo Molina Fajardo y yo mismo, todas ellas argumentadas y razonadas en la petición a la Audiencia Nacional. ¿Por qué se hizo donde ya se sabía que no era el lugar? No se han dado explicaciones, como tampoco se dice por qué no se siguió hasta encontrar los restos de los que se buscaba.

No se merecían ni Federico ni los demás compañeros que se hicieran unos trabajos parciales e inacabados, que abren vía libre a la especulación. Como tampoco se merecía el autor de Yerma que su anfitrión y custodio, se descolgara con unas declaraciones en las que le adjudicaba una opinión favorable a la sublevación militar y, una presunta amistad con José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange. Son falsas ambas afirmaciones. Pero no eran gratuitas porque Luis Rosales, el autor de estas afirmaciones, el hospitalario amigo de Federico, desde la preparación de la sublevación, estaba incorporado a ella y, lo más probable, es que, al hacerlas, puede que pretendiera desviar la atención sobre otro hecho incuestionable y concluyente sobre su asesinato: que su hermano Miguel fue el autor material de la detención de Federico, al que engañó con la consabida consigna, contenida en los manuales de la sublevación: no tienes que temer, se trata de una declaración de trámite y enseguida volvemos a casa. Él muy bien sabía que esa vuelta no se produciría jamás. Así se explica también la ira con que respondía cada vez que se le preguntaba sobre la muerte de su amigo, porque se le ponía en trance de que salieran los hechos como fueron, o que se le preguntara sobre su participación en los preparativos de la sublevación, desde cuyos comienzos ya ostentaba un puesto de mediana relevancia, lo que le valió un lugar privilegiado en el régimen salido de la misma, con los beneficios que tan ampliamente disfrutó. Y, más cierto todavía, que sin la intervención de Miguel Rosales, Federico habría seguido en la casa de acogida, porque Ruiz Alonso no habría tenido arrestos para penetrar en aquel domicilio y culminar sus intenciones y, llegado José Rosales, Pepiniqui, a la casa de sus padres, Federico se habría puesto a salvo.

En la situación en que nos encontramos, con los restos de estas víctimas sin recuperar, lo lógico sería que los trabajos de localización y exhumación continuaran, apoyándose en las solventes investigaciones ya citadas. Primero, para dar cumplimiento a la petición de los familiares; segundo, para resolver un enigma que la humanidad entera y la historiografía están esperando y; tercero, porque de esta forma se acaban todas las especulaciones que tanto daño están haciendo en muchos sentidos.

Respecto a los restos de Federico, yo me atrevo a afirmar: él es patrimonio de sus sobrinos, no cabe duda sobre ello; pero, también es patrimonio de toda la humanidad. ¿Es que nadie entre quienes nos gobiernan tiene nada que decir? Fue el Estado quien nos lo quitó; pues ese mismo Estado nos lo ha de devolver. Y no se interprete como una crítica a la actitud de la familia de no querer recuperar sus restos, que respeto; es que los demás también tenemos nuestros derechos. Esta familia, necesita de nuestra comprensión, no de nuestras críticas, pero si no nos dicen sus razones, nunca podremos comprender claramente su actitud.

El día que los restos mortales de Federico García Lorca reposen en un lugar digno de su figura y de la gloria que se merece, empezaremos a devolverle algo de cuanto le debemos y ese mismo día sí que descansaría en paz.

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