"El juego de lobicos era el más emocionante y el que ansiábamos todos, a pesar del miedo atroz que nos invadía. Un niño que hacía de lobo se escondía entre sacos y arados y los demás se paseaban por toda la cámara, despreocupados y como si nada pasara. De pronto, unos cuantos cerraban las ventanas y la oscuridad se hacía completa. Todos corríamos a escondernos mudos de pavor. El niño que estaba escondido decía con voz cavernosa ¿Que viene el lobico!", y nosotros nos apretábamos unos contra otros y empujábamos con fuerza la pared como si quisiéramos penetrar en ella. El niño se rebullía entre los sacos y gritaba más fuerte y trágico: ¡Que sus come el lobico ! . Nadie se atrevía a moverse ni respirar, y los más chicos comenzaban a sollozar!
Como los ojos se habían acostumbrado a la oscuridad, se distinguía todo perfectamente y se veía al niño lobico levantarse en medio de los sacos, y con las manos abiertas puestas sobre la cara y moviendo los dedos como para espantar, aullaba muy fuerte:
-¡Que sus como que soy el lobico!
Nuestros corazones latían con fuerza y nos abrazábamos unos con otros formando un pelotón. El lobico salía entre los sacos y se dirigía muy lento hacia nosotros, con los brazos en alto. Entonces todos comenzábamos a chillar y nos queríamos tapar unos con otros.
Entonces yo me figuraba que aquel niño era un lobo que me iba a tragar y se apoderaba de mí un temblor escalofriante. Entonces sentía gran consuelo cuando algún niño, en su lucha por esconderse, me tapaba con su cuerpo.
¡Au! ¡Au!», gritaba el lobico y, cada vez que daba un paso, y cuando ya nos iba a coger, la emoción era tan grande que todos comenzábamos a chillar asustados y los pequeñines sollozaban muy apenados. Todos salíamos corriendo perseguidos del niño y era angustioso sentir detrás el aullido del lobo en medio de la más cerrada oscuridad.
Cuando alguien se veía apurado en la persecución del lobico, se arrimaba a la pared y decía, jadeante y muy deprisa: «¡Chichirí ave, que echo mi llave!», y ya estaba a salvo de las uñas de la fiera. Las ventanas se abrían de repente y el lobico se moría tumbándose en los sacos, y todos respirábamos como si nos hubieran quitado un peso de encima".
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